En la era de la movilidad global, emigrar puede significar una parte esencial de la vida para muchas personas en busca de crecimiento profesional, experiencias, mejorar calidad de vida o simplemente un cambio de entorno.
Sin embargo, este tránsito lleva consigo decisiones que van más allá de lo meramente físico o geográfico, extendiéndose a aspectos tan cotidianos y personales como lo es el uso y conservación de nuestra línea de celular.
La importancia de la línea local
Al establecerse en un nuevo país, adquirir una línea local se convierte en una prioridad. Este nuevo número no solo facilita la integración y convivencia dentro de la nueva sociedad, sino que también se convierte en la herramienta principal para tejer redes profesionales y sociales en el entorno actual.
Desde recibir información importante relacionada con trámites y servicios hasta mantener el contacto con nuevos amigos y colegas, el teléfono con línea local termina siendo un puente vital hacia la adaptación y el desarrollo en un nuevo hogar.
Una ventana hacia el pasado
Por otro lado, el celular que nos acompaña desde nuestro país de origen carga con un valor sentimental y práctico significativo. Es un archivo viviente de memorias, relaciones y conexiones profesionales acumuladas a lo largo de los años. Para que se den una idea, yo conservo una línea que empieza con “4”, salida de la primera tanda de líneas argentinas jamás credas.
Me da lástima dejarla. Incluso hace unos cuantos años, una clienta muy paqueta me dijo literal: “Me da confianza que tu celular empiece con 4 y no con 0, 2 o esas cosas raras de ahora”.
Mantener activo este número antiguo significa preservar una línea directa de comunicación con una vida anterior, con amigos, familiares y especialmente con clientes antiguos que podrían desear retomar el contacto en cualquier momento.
Este dispositivo se convierte en un símbolo tangible de nuestra historia e identidad previas a la emigración. Pero seamos realistas: mantener dos líneas telefónicas en países diferentes puede presentar desafíos logísticos, financieros, de salud mental.
Existe también el desafío emocional de vivir entre dos mundos, donde el aferrarse a un pasado puede, en ciertos momentos, obstaculizar la plena integración en el presente. Llega, entonces, un momento de reflexión sobre la necesidad de soltar, de avanzar dejando atrás aquellos elementos que, aunque cargados de significado, ya no contribuyen a nuestro crecimiento actual.
El proceso de cambio
Creo que un periodo prudencial para este proceso de transición podría ser de dos años. Este lapso permite suficiente tiempo para establecerse firmemente en el nuevo entorno, construir una red de contactos locales sólida, y asegurar que aquellos con quienes deseamos mantener el contacto desde nuestro país de origen tengan formas alternativas de comunicación con nosotros.
Pensemos también que la purga puede ser algo positivo. Uno elige con quienes seguir y con quienes no. Dos años ofrecen un periodo de ajuste emocional y práctico, tras el cual podemos tomar la decisión de decir adiós a nuestro antiguo número con la seguridad de que hemos hecho lo necesario para mantener las conexiones verdaderamente importantes.
En conclusión, la decisión de largar el celular de la vida anterior es muy personal, y yo todavía a pesar de haber emigrado hace añares, me sigo tomando tiempo para debatirla internamente.
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